sábado, 17 de abril de 2010

Defensa del ojo del culo.



Recientemente se ha celebrado en Zaragoza la feria anual del libro antiguo y viejo que ya va por su sexta edición. Es una buena ocasión la que nos brindan estas ferias para ver rarezas y viajar al pasado. Yo aproveché para indagar en alguna temática de mi interés pero cual viajero, uno se encuentra sorpresas agradables.

En esta ocasión me topé con unos libritos de bolsillo, no hace mucho tiempo editados, que a modo de pequeño facsímil, me trajeron a la memoria nada menos que a Quevedo. Y con una de sus obras más curiosas: “Gracias y desgracias del ojo del culo”. Conociendo a Francisco de Quevedo, no es de extrañar que sobre estos temas tan pudorosos escribiera unos breves párrafos. Pero me sirve de pretexto para, no sólo reírnos, sino darnos cuenta de los pequeños detalles que nos hacen recordar que venimos de la madre Naturaleza a pesar de todo (algo que nunca debemos olvidar).

Quevedo fue un escritor que hoy bien podría pasar por columnista de un periódico. Y a buen seguro que en nuestros días mantendría no pocos pleitos judiciales con la verborrea que gastaba este autor. No en vano creo que es uno de los escritores más hábiles a la hora de usar el lenguaje. Lo que hoy diríamos, no tenía pelos en la lengua. Sin embargo, en una sociedad como la nuestra, donde es tan fácil abrir la boca y dejar escapar insultos y soeces, Quevedo aplica un control del lenguaje y la retórica que aúna lo artístico con lo irrisorio convirtiéndolo en Arte.

De esta manera podemos hablar con toda alegría de un tema tan cercano a nosotros como son las flatulencias y su orificio de salida. De hecho, de otro modo, no concebiría titular este artículo de mi blog con semejante epígrafe.

Sin embargo la cuestión va más allá de la temática. De lo que se trata es de reírnos de nosotros mismos. Darnos cuanta de que pocas cosas nos diferencian y eso nos hace afines. Reírse de uno mismo no es fácil, y si encima, lo hacen los demás de nuestra persona podemos caer fácilmente en el equívoco del pensamiento que nos ponga a la defensiva. Pero la verdad es que no somos perfectos, ni siquiera Quevedo. Y esto debería alimentar el sentido de la humildad que a veces falta.

Leyendo a Quevedo uno disfruta hasta reírse y además podemos vernos de alguna manera reflejados. Por supuesto no solo en esta obra suya, sino que a pesar de las épocas hay cosas en el hombre que nunca cambian. Y autores como él nos lo muestran constantemente. Son lecciones magistrales que se olvidan, quizás sólo momentáneamente, pero con demasiada frecuencia.

Os invito a que disfrutéis con este librito sobre un tema en el que a lo mejor no se suele caer. Aprovecho la ocasión para recomendaros un sitio web extraordinario, en el que dicho sea de paso, podréis leer esta obra y muchísimas más de la lengua castellana. Hablo de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Sitio auspiciado por un Patronato que ofrece en Internet una base riquísima de libros y documentos. Textos originales de época, documentos de investigación universitaria... En fin, una biblioteca en la Red de lo más completa.

Autores, entre ellos el que nos atañe, que a buen seguro no dejarán indiferentes.


http://www.cervantesvirtual.com


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