domingo, 30 de octubre de 2011

Vivir todavía.


Decía Vilém Flusser que la única gran verdad de la vida es que el hombre, ante el momento de la muerte, se encontrará irremediablemente solo. Y que esa certeza nos acompaña a lo largo de nuestra existencia. Ningún artificio añadido, sostenía Flusser, podía librarnos de la soledad que supone dejar de existir. Un cara a cara ante el ocaso. Sin embargo, nuestra existencia no termina en el óbito físico. Todo lo contrario, nos perpetuamos en la memoria de los que nos sobreviven; el recuerdo es vida.

Flusser estaba en lo cierto. Quizá por eso muchas culturas tienen un día específico, o incluso varios, para recordar expresamente a los difuntos. Formalismos aparte, lo que importa es el recuerdo. Por eso, la persona que está abandonada de la vida, se siente más fuera que dentro del mundo. No se comunica, nadie se acordará de ella cuando ya no esté. De ahí que el hombre sea el ser vivo más comunicativo de todos. Necesitamos comunicarnos pues en esa acción hay sentimiento, hay alimento vital.

Los cementerios son lugares de encuentro. No sólo con los muertos, además con los vivos. Invito a que se visiten las necrópolis fuera de temporada. A pasear por sus calles a modo de introspección; un yoga funerario se podría decir. Es posible que hasta sea terapéutico. De esta manera, no subsanaremos la angustia mortal que aludía el conocido pensador praguense, pero nos volveremos un poco más humanos sabiendo que estamos de paso y que nuestra existencia, o lo que es lo mismo, nuestras acciones, dejarán huella. No en un túmulo florido una vez al año, sino en una eternidad, la de la memoria.

martes, 18 de octubre de 2011

El abogado de las brujas.



Un nombre brilla con luz propia en la historia de nuestro país, abriéndose paso entre las lianas y copiosas malezas de la leyenda negra que tiene popularmente gran parte de la mentalidad colectiva. Me refiero a la Inquisición española. Sin embargo, gracias a la historiografía de las últimas décadas, unos cuantos autores han aportado datos y descubrimientos de documentación, que aclaran poco a poco la realidad de esta institución tan famosa. No se trata de lavar la imagen, la profesión del historiador intenta acercarse a la verdad del discurrir de los acontecimientos en la medida de lo posible. Y en el campo concerniente a esta institución, los ríos de tinta han sido y son profusamente caudalosos.

Un danés, Gustav Henningsen, embebido por nuestra historia, ha dedicado su vida al estudio de la Inquisición europea. Pero es en el caso de España donde ha puesto más interés, abriendo paso a nuevos derroteros. En los más de tres siglos de existencia de esta institución en nuestra tierra, se produjeron muchísimos casos realmente interesantes para analizar, tanto de herejías, brujería y otros comportamientos susceptibles de pasar por la revisión de un tribunal del Santo Oficio. Pero fue en el Valle del Baztán y sus alrededores donde se fraguó una de las fiebres brujeriles más importantes de la época. A la postre, los efectos de estos acontecimientos, aún hoy en día, revisten una importancia clave para la compresión de la brujería en España y el conocimiento de la Inquisición de nuestro país.

En 1983, Henningsen publicó el trabajo, resultado de su tesis, sobre el caso del tribunal de Logroño en 1599. Fruto de rumores, falsas acusaciones y miedo provocado, apareció en toda la zona del norte de Navarra, el este de Vitoria y San Sebastián, una compleja investigación religiosa con el único fin de dar caza y captura a la “secta” de brujos que invadía la zona. Sin embargo, lo terrible del caso son los ingredientes que convirtieron una tierra de vida y creencias normales, en un sumidero de miedo que acabó con 1829 procesados. Las consecuencias fueron terribles; no sólo murió gente en las cárceles del tribunal inquisitorial de Logroño y hasta en el auto de fe, sino que aparecieron auténticos agentes sociales capaces de decidir, sin fundamentos, sobre la vida de las personas. Henningsen, navegando a través de documentos de aquella época, localiza y analiza esos agentes patógenos de la mentalidad colectiva, que acabó en una histeria provocada. Su estudio supone una reconstrucción de los hechos a traves de las personas, no de la ideología. Y en ese elenco de protagonistas brillan tres hombres, los dueños del destino de los infelices.

“El abogado de las brujas” (Alianza Editorial, 2010) refleja la convivencia moral de los tres inquisidores del Tribunal de Logroño, Becerra, Valle y Salazar. Los dos primeros, mentes celosas de su ortodoxia, se mantienen siempre aferrados a una tenaz superstición institucionalizada en los preceptos de la Iglesia Cristiana Católica. El tercero, Salazar, al que el autor dedica su libro, parte más de la duda razonable que solamente se disipa con pruebas. La historia de las brujas vascas de Zugarramurdi, el Valle del Baztán, en definitiva, del Tribunal de Logroño, es la pugna entre dos formas de evaluar la realidad, de inculcar unos valores religiosos con sentido común. El resultado de este proceso modificó las posturas del Santo Oficio español. Si bien es cierto que no se evitó que derterminadas personas detenidas muriesen, se propició gracias al inquisidor Salazar, que el Consejo de la Inquisición de Madrid se replanteara los casos de brujería de otra manera. Se debatía la moral religiosa entre castigar para mantener la rectitud y mostrar ejemplo, pero a sus vez, debiendo cuidar su rigor para no ajusticiar a personas inocentes. Esta es la clave.

Henningsen propone las causas que convirtieron este caso en una “caza de brujas”. Primeramente se provocó un miedo espectral en los habitantes, debido a las prédicas de los sacerdotes y frailes del momento. El diablo se asentó en la moral y la gente comenzó a dudar de sí misma. A ese miedo se sumaron acusaciones falsas y deposiciones suscitadas incluso por las autoridades civiles. Y como guinda del terror, el estudioso danés apunta un factor determinante: los sueños de los niños. Los menores de dieciséis años, las mentes más proclives a la fantasía, aportaron sus ensoñaciones como pruebas. Este factor desencadenó una pólvora moral que alimentó la ética de los inquisidores Becerra y Valle. Como escribió Nicolau Emeric en su célebre “Manual de inquisidores”, un rumor es una media prueba. Aquí el sueño de un niño puede incluso ser una posesión del Diablo, un momento de debilidad por el que el alma o el cuerpo, se evaden hacia el aquelarre.

Con la mentalidad de un occidental de hoy en día, aparece ante nosotros la dicotomía entre brujería y brujomanía. Henningsen las diferencia muy bien y establece parámetros de estudio. Esa brujomanía, ese afán persecutorio, no es otra cosa que la discriminación contra lo distinto, lo que no nos gusta. Llámesele de muchas maneras; apostillemos, siempre se trata de la falta de respeto a la persona. La bruja como rol social, comprende un atisbo que bebe de fuentes tales como la antropología, la sociología, el folclore, la religión, la magia e incluso la psicología. En este último aspecto Henningsen se excusa abriendo una puerta para el estudio. Efectivamente, la perspectiva psicológica y psiquiátrica de la bruja es fascinante. El autor sólo aporta un caso del proceso, acerca de una mujer bruja, enmarcada dentro de una psicopatología. Me extraña que en la bibliografía del estudio no aparezcan trabajos de esta índole. Me viene a la memoria el estupendo ensayo del psiquiatra español Juan José López Ibor titulado “Cómo se fabrica una bruja” (1976). Pero como el danés concluye en su libro, la puerta queda abierta.

Hay mucho por hacer y con el tiempo aparecen documentos perdidos. Es el caso citado del importante Manuscrito de Pamplona, de Becerra y Valle (1613), descubierto no hace mucho tiempo. En su buceo documental, el erudito danés, apoya sus hipótesis en las cartas y los informes de los propios inquisidores. Los resultados de las visitas a los pueblos de la zona, la correspondencia con el Consejo del Santo Oficio en Madrid, e incluso opiniones cultas de la época que apoyan un sano escepticismo. Todo este trajín informartivo nos coloca en una posición más real, que nos acerca a esa sentencia lapidaria que tanto me gusta: aquí no había brujas hasta que se comenzó a hablar de ellas. Aplíquemonos este dicho y quizás veremos las cosas sin ambajes. Incluso hoy en día nos llevaríamos sorpresas simplemente, modificando el punto de vista. Imaginémonos a finales del siglo XVI y principios del XVII, con el Diablo campando a sus anchas.

Siempre hay un peligro de exclusión social, ese es el gran mensaje de Henningsen. Las brujas fueron las víctimas. Pero lejos de los arquetipos establecidos, este libro nos muestra lo que seguramente pasó por las cabezas de los jueces y las víctimas. Vemos así en su desnudez, el drama de la brujería cuando se convierte en la miseria humana de lo marginal y diabólico. Pero aún así, el debate siempre queda abierto para una luz de sentido común que no banalice las creencias, mire en el interior de los acusados y corrobore con pruebas lo que la creencia alimenta con simple sugestión y miedo. La Inquisición española, con sus peculiaridades, con su poder independiente, por una vez se vio desbordada por el Diablo, quizás el mismo que todos llevamos dentro sin saberlo.



“El abogado de las brujas”

Gustav Henningsen

Alianza Editorial

2010


lunes, 10 de octubre de 2011

La magia de viajar por Aragón.



Se nota que se acerca la fecha de Todos los Santos. Por este día, recientemente recibí la amable invitación de colaborar con la revista La magia de viajar por Aragón. Se trataba de hablar de nuestro querido cementerio de Torrero. Un tanto como para darlo a conocer, y mostrar algunos motivos que invitan a visitarlo. No en vano, es cierto, la cultura funeraria incluye el turismo funerario. Haberlo haylo, aunque quizás, en la sociedad española, todavía se circunscribe a título individual antes que al ámbito de las agencias de viaje.

Dicho y hecho ya está disponible en los kioscos el número correspondiente a octubre y noviembre (se trata de una publicación bimensual). El reportaje son seis páginas excelentemente maquetadas. Huelga decir que la revista en general está muy bien preparada. Es uno de los mejores ejemplos de divulgación cultural aragonesa. Si a ello le sumamos una variedad de contenidos muy rica (de hecho, no todas fomentan las visitas a los cementerios), encontraremos un deleite para viajeros e interesados.

No esperéis a que se agote.