André Soudy nos depara un caluroso recibimiento, simplemente nos apunta con su rifle. No le tiembla la mano, es más, no parpadea mientras su pupila se alinea con nuestra cabeza. Viste correctamente, nadie diría que es amigo de las armas de fuego. Pero lo cierto es que un 21 de abril de 1913 fue guillotinado por la justicia francesa. Pertenecía a una banda de atracadores liderada por un tal Bonnot. Eran especialistas en asaltar usando vehículos a motor, de hecho, fueron los primeros en Francia en realizar un robo motorizado. El líder de la banda, Jules Bonnot, acabó disparándose a la cabeza cuando se vio acorralado por la policía. “Soy un incomprendido de la sociedad. […] ¿Debo arrepentirme de lo que hago? Puede que sí. Pero continuaré.”, dejó escrito. Estas aseveraciones son un leit motiv que ha alimentado la existencia de no pocas almas de vidas extraordinarias. Pero este adjetivo que uso no es gratuito. Lo ordinario sería nacer, crecer e integrarse en el sistema social en el que se establece nuestra cuna o nuestra cultura. Pero cuando esto no ocurre desde el principio, cuando una persona no conoce en vida a sus progenitores, se curte en la calle en lugar de la escuela, conoce la violencia antes que la ternura, graban su piel antes de que aprenda a leer y escribir, entonces es posible que lo extraordinario tome un cariz oscuro, rebelde e incluso subversivo. No siempre es así, pero el calor de un hogar, ha sido y es para muchas personas, un sueño equiparable a la rosa engalanada de espinas que todos queremos alcanzar.
Muchos criminales, y no digamos cruentos artífices de las más abyectas perversiones, tienen en sus primeros años de vida el germen que les condicionará para ser la persona adulta que les depara el destino. Ríos de tinta se pueden debatir a nivel sociológico y psicológico. Pero hay un tipo de personas heteróclitas que podrían danzar en la línea divisoria y serpenteante de la rebeldía social. Ellos, los que llenan portadas de revistas y diarios. Los que inspiran películas y novelas, son los que nos atañen en esta ocasión. Víctimas de su nacimiento y de su niñez malhadada, acaban convirtiéndose en proscritos, criminales o representantes de ese sueño truncado que es la dignidad de ser persona. Por eso, en el fondo de nuestra conciencia aparecen posos de unas arenas movedizas que, alimentadas por nuestra imaginación, nos invitan a ser deglutidos por ellas, lavando nuestra cultura vernácula para dejarse llevar por la pólvora.
Hay en esa perversión de los convencionalismos sociales, un cartel con una cara representada y un precio de recompensa por su captura. Abajo, siempre en letra pequeña, subyace en el fuero interno de la mentalidad alzaprimada que lee, la eterna duda de la lucha rebelde razonable. Es por ese alimento del aspecto nocturno del alma, por el que a veces nos sentimos fascinados (cuando no atraídos) por estos personajes históricos que se enfrentaron a la ley porque se opusieron a la sociedad que les vio nacer, o simplemente se negaron a sus vidas desgraciadas. No es mi intención entrar en ese debate moral al que sí responde Laurent Maréchaux, autor del libro “Fuera de la ley” (Blume, 2009). Este francés aventurero letraherido, nos depara en esta publicación un elenco de nombres que dieron su vida por ideales o… simplemente por dinero. Por ello, la línea divisoria es difícil de atisbar en algunos casos. En otros, el romanticismo nos empuja a soñar con el sol del Caribe sobre nuestra piel, o a leer con delectación y ansiedad los detalles de los atracos del siglo que se han perpetrado.
Maréchaux, en el fondo demuestra que es un soñador idealista. De hecho termina su libro lamentando que ya no existan rebeldes románticos. Todo lo contrario, para el autor las causas justas han sido sepultadas por el lucro, por ese poderoso señor don dinero. Ahora bien, hasta llegar a este punto de alma monetaria en el que nos encontramos, podemos sacar de la Historia de la Humanidad unos cuantos casos que bordean los lindes de esa conciencia, que juzga con tristeza la condena a un proscrito aunque tenga razón. No nos engañemos, el poder del dinero siempre ha estado ahí. La diferencia es lo que empuja a las personas a convertirse en leyendas. Y digo bien, los nombres que aparecen en este libro son parte de la imaginería popular. Para presentarlos, la clasificación que hace el autor es muy curiosa. En una primera sección nos encontramos a proscritos montaraces que han usado, no las urbes y ciudades, sino los bosques y campos para convertirlos en su hábitat natural. El elenco de clásicos comienza con la imagen (a fecha de hoy no confirmada) de Robin de los Bosques. Es el arquetipo por antonomasia de aquellos que roban al sistema para dárselo a los que no están dentro del mismo. Se trata del punzante aguijoneo de la conciencia que limpia los pecados bañados en sangre. Hay una larga lista si miramos la enorme cantidad de atracos, por citar un caldo de cultivo, que sufren los bancos desde que el capitalismo se asentó en el planeta.
Quien dice bancos, dice dinero, poderosos. Y contra ellos, contra el poder dominante, se creó una mentalidad de acoso que comenzó a oler a mar azucarada de ron. Uno de los casos históricos que más ha alimentado nuestra imaginación, es la lucha de la piratería contra el imperio español de Felipe II. En esa época dorada de piratas, corsarios y bucaneros contra España, nacen y mueren multitud de nombres cuya advocación produce escalofríos. El mar Caribe se convirtió, desde mediados del siglo XVI hasta la mitad del XVII, en el campo de batallas más formidable que haya visto el ansia pecuniaria humana. A esos piratas les dedica otra sección plagada de ilustres hombres de mar. Drake, corsario inglés de Isabel I que acabó siendo uno de los honorables hombres del mar por sus hazañas y sus singladuras circunnavegando el orbe. El Olonés, que pasará a la historia por su sadismo sanguinario. O las mujeres piratas, cuyo ejemplo más conocido es el de las compañeras de Jack Calicó Rackham, Anne Bonny y Mary Read. Pequeños ejemplos que incluso nos llevan a los mares de China con la legendaria Ching Shih. Un detalle que nos recuerda que la piratería está donde el agua fluye libre bajo un sol sin cadenas, pero armado hasta los dientes. No obstante echo de menos en mi calenturienta promiscuidad marítima a Henry Morgan. Insigne nombre que lideró en su día el mayor ejército de piratas y mercenarios para el fatigoso asalto a la ciudad de Panamá. Y una vez más, constatar que los piratas y corsarios españoles, quizás los menos conocidos pero cada vez más estudiados, brillan por su ausencia en este trabajo. No sería extraño hablar de ellos en este ensayo cuando hay, en otro ámbito vital e histórico, un caso español recogido en las páginas de otro apartado.
Otra sección del libro comprende el Salvaje Oeste. La leyenda a veces adorna, pero sí es cierto que la llegada de colonos e inmigrantes a esa zona tuvo en determinadas fases, desde un gatuperio de feroces intereses, hasta una política de expropiaciones de tierras a los indios autóctonos que dejó mucho que desear. Sin duda alguna estos fueron los que salieron perdiendo. Una vez asentados los poblados de “hombres blancos”, la ley tardaba en establecerse (imprescindible en la expansión norteamericana fue el tren). Antes de la efectividad de los sheriffs, en el libro se nos cuentan las andanzas de Wyatt Earp, tenían más poder los empresarios mineros y los ganaderos. Era frecuente que estos contrataran hombres a modo de bandas propias para imponer su ley. Famosos fueron los enfrentamientos en Lincoln County, en donde participó un tal William Henry Bonney, Billy el niño para la posteridad. Con él comparten protagonismo en los sueños del autor otros ínclitos forajidos: los hermanos Dalton, Jesse James… y una mujer, Calamity Jane, un ejemplo de soledad atormentada por el espectro de una maternidad malograda.
La obra de Marécheux cobra a mitad de recorrido un cambio substancial. Del crimen con olor a sangre, pasamos a la aventura sin límites (ni físicos ni morales). Una sección está dedicada a esos occidentales que se enamoraron de Oriente. Que vieron en el desierto, un proceloso mar de supervivencia al que rendirse como canto de sirena proveniente de un sol abrasador. Lawrence de Arabia, Richard Burton e incluso Arthur Rimbaud. ¿Quién no se ha deleitado con el legado escrito de estos hombres? Pero quién se iba a pensar que en el periplo de sus vidas pasarían vicisitudes como violaciones físicas, hambre o incluso adoptarían trabajos como el contrabando de armas. Imaginar que la mano que escribe una grandeza con tinta, lleva detrás el pasaporte de un espía, o la filosofía de ir más allá de la mentalidad europea decimonónica. Desde el mundo árabe hasta las Indias orientales, pasando por África, el vértigo de la vida enajena los latidos de estos aventureros.
El libro afronta la recta final con dos apartados curiosos. Los que imbuidos en un ideal para la sociedad, luchan contra la desesperación de la pobreza y a favor de la utopía. Y todo lo contrario, los que simplemente quieren hacerse ricos rápidamente. En los primeros encontramos a pensadores como Bakunin o más recientemente Bobby Sands, muerto este último debido a una huelga de hambre. Pero además, Maréchaux incluye en este elenco a Buenaventura Durruti, uno de los nombres más conocidos de la Guerra Civil Española. Icónico líder del bando republicano, caído en las batallas por Madrid. En todos los casos, la muerte da un sentido a la lucha; la idea, sea cual sea, es inmortal. La inmolación puede ser la moneda a pagar. Es una constante del libro, esa llama que surge en muchas personas para enfrentarse al sistema aunque sea de forma expeditiva. El uso de la violencia ha sido en ocasiones motivo de discusión en movimientos colectivos. Muy proclive a ese debate fueron los siglos XIX y XX, en donde muchas revoluciones proletarias tuvieron foros internos contrapuestos en esa forma de hacer la revolución. Incluso con casos que llegaron a la expulsión de ideólogos propios, o simplemente abandonos voluntarios del grupo por no compartir la misma visión dentro de los preceptos. Quizá sea uno de los retos para el Ser Humano, controlar esa violencia destructiva, en la mayoría de las ocasiones alimentada por un deseo de venganza. Ni siquiera una justicia ciega debería permitir el asesinato. Matar es matar se mire como se mira.
Ese paso, el escalón decisivo, de ser un criminal limpio a llevar muescas en la empuñadura del revólver, supone una diferencia abismal. Quien lleva sangre a sus espaldas es sentenciado como tal por la Justicia y visto por la sociedad, con la intermediación casi inevitable de los medios de comunicación, como un delincuente de lo más maquiavélico y sanguinario. Su imagen pública, fiel a la verdad o distorsionada a más no poder, llenará portadas de publicaciones, copará las televisiones y rebosará las conversaciones de cantina. Unos cuantos casos son los que aparecen en este libro. Y en la recta final de la publicación, destacando una pareja de pistoleros del siglo XX: Bonnie Parker y Clyde Barrow. Tiroteados hasta el hartazgo un 23 de mayo de 1934 en una pequeña carretera de Arcadia (Luisiana). Una de las parejas más populares de la cultura occidental. Y es en las últimas páginas de este libro, donde Maréchaux nos presenta a los atracadores per se, a los ladrones de guante blanco, robar sin intenciones truculentas. Entre ellos destacan dos golpes que permanecerán en el imaginario occidental. El famoso asalto al tren de correos entre Glasgow y Londres es recordado todavía como uno de los más impactantes en cuanto a su organización y a la cantidad de libras sustraídas. Lo curioso del caso es que, a la larga, este atraco ha proporcionado a algunos de los miembros de la banda que lo perpetraron, una fama popular que roza el beneplácito fantasioso de un protagonismo tan estelar que es proclive a la redención. La cárcel, no obstante, fue con el tiempo inevitable para muchos de los miembros de la banda.
Y por supuesto la eterna osada pregunta que a muchos asalta la mente. Atracar un banco. La sangre del sistema capitalista. ¿Justicia hiriente, escarnio a la propiedad privada? La respuesta la encuentran muchos ladrones de todas las épocas. Pero es en el último siglo cuando prolifera la técnica del butrón. La sorpresa cuando entra el encargado del banco a la mañana siguiente del delito, y ve las cajas fuertes desvalijadas, tiene que provocar un rictus facial digno de ser inmortalizado. Hay muchos casos en la Historia y el libro recoge el famoso robo al Banco de Niza un 19 de julio de 1976. 317 cofres de seguridad de la caja fuerte, han sido desvalijados. El método, todo un alarde de esfuerzo: un túnel de ocho metros de largo y ochenta centímetros de ancho que conecta la alcantarilla con el suelo de la sala de caudales del edificio. Digno de quitarse el sombrero, si a ello sumamos que no se derramó ni una gota de sangre. La peripecia se saldó con la detención del alma máter de la banda, Albert Romain Spaggiari. Sin embargo, la vida de este hombre es propia de una novela. De hecho, terminará fugándose de la justicia y huyendo durante años por medio mundo, para acabar ajusticiado en París por un cáncer de pulmón en 1989.
El robo como arte supone una destreza y una inteligencia exquisita. La locura sólo necesita alimento. Sea alcohol en el caso de Pierre Loutrel (alias Pierrot el loco) o pasión por el dinero, como muchos piratas. En medio puede haber matices, el paradigma de Phoolan Devi también se recoge en el libro. Nacida en 1963 en la pobreza más ruin de las castas indias, se convirtió en una forajida hasta que los periplos de la vida la llevaron a ser diputada socialista en su país. Una bala vengativa de un desalmado proveniente de una casta superior, acabó con su vida en 2001. Leí en su momento la autobiografía de esta rebelde con causa cuando aún estaba viva; ahora me encuentro con ella en un martirologio escrito para quizás, ¿llamar a la rebelión?
El autor de este trabajo termina lanzando una elegía por tiempos e idealistas pasados. Cegados por el Vellocino de oro, el lucro, argumenta, es hoy el motor de los forajidos de leyenda. Para honrar causas nobles parece que haya escrito este prontuario de sedición a modo de contrición ajena. La galería de personajes mostrados es variopinta y colorida. El viaje por estas páginas promete ser halagüeño. Sobre todo a nivel visual, pues estamos ante un libro de gran formato muy bien ilustrado. Huelga decir que la editorial Blume es francamente buena en este tipo de publicaciones, que además están a la venta por un precio muy razonable.
La últimas páginas del libro muestran una imagen que choca con la portada. Nos despedimos en silencio a través de una bella avenida, vacía y acordonada tras un atentado. En el aire respiramos las preguntas que hace un periodista, entre las que aparece la eterna cuestión: ¿por qué? ¿No es posible un mundo mejor? ¿Un mundo en paz? La utopía no tiene un lugar de asentamiento real (de ahí viene la palabra, u y topos, no lugar). Pero cada paso avanzado cuenta, cada peldaño subido nos aleja de un pasado que debería ser peor que el futuro. Esa es la lucha personal y social. Ahora, una vez cerrado el libro, queda esperar si Soudy disparará. A lo mejor no es el momento, o sólo era una pose. No queramos saberlo, o mejor, abramos el libro de nuevo y releamos, puede que nos llevemos sorpresas, dentro y fuera de la ley.
“Fuera de la ley”
Laurent Maréchaux
Editorial BLUME
2009