Conocí la magia de la radio a los diecinueve años. Un compañero de carrera, Pau, vio en mí la persona idónea para una sección radiofónica en un magazine que se llamaba “Allá donde estés”. Diez minutos que bajo el epígrafe -El séptimo rincón- me abrieron las puertas a un mundo hasta entonces desconocido para mí. En esa sección mis recomendaciones, sugerencias y en definitiva, una auténtica tertulia en las ondas, versaban sobre el cine, otra de mis pequeñas pasiones. Esa emisora de radio que me vio nacer era Radio Topo. Hablar de esta emisora requeriría un capítulo aparte que no soy digno de escribir. Se trataba eso sí, y aún existe, de una de las grandes radios libres de España. Emisoras de radio sin licencia ni permiso gubernamental pero con una necesidad de cubrir la carencia informativa y cultural que desde luego no ofrecen las radios comerciales; ese es escuetamente el fundamento de estas importantísimas emisoras que abundan por todos los sitios.
Aquel programa lo hacíamos varias personas pero poco a poco mi labor fue creciendo con el paso del tiempo a la par que las ausencias de compañeros cuya agenda personal comenzaba a dificultar su labor. Al quinto año de vida de esta aventura prácticamente sólo dos personas realizábamos ese pequeño hijo nuestro de dos horas, en aquellas tardes noches de los viernes. Para entonces ya era una droga ese mundo mágico. Enclaustrado en una sala de control con mi música y con la libertad de algo que decir a los demás; informar, entretener, éramos y somos comunicadores. La agenda vital que hizo desaparecer de ese programa a mis compañeros, acabó por borrarnos del mapa a los últimos que quedábamos. Pero necesitaba más. No podía dejarlo. Así que mi siguiente andadura fue en Radio Las Fuentes. Otra emisora libre de Zaragoza que pasará a la historia como cuna de algún que otro periodista y rostro conocido de la televisión. Para entonces yo dirigía mi propio programa, se llamaba “Cuaderno de bitácora”.
Yo sólo. Yo con mis pensamientos, mi música, mis textos, mis improvisaciones… No me preocupaba que tuviese audiencia, simplemente era la materialización de mi imaginación desbordada que siempre me ha caracterizado. Por desgracia entré a formar parte de esa familia radiofónica en el peor de los momentos. Malos tiempos para el asociacionismo. Un amigo dijo una vez que hay dos tipos de asociaciones culturales según el tipo de demandante. Agrupaciones en las que uno tiene que aportar y asociaciones para simplemente recibir. Casi todas son del primer tipo, y precisamente eso es lo que nos cuesta a todos, aportar. Ceder parte de nuestro tiempo personal para una voluntad común.
Radio Las Fuentes murió en un proceso de reconversión comercial fagocitada desde sus entrañas. Quizás tenía que ser así.
Mi siguiente aventura recayó en un proyecto de gran envergadura. Un compañero de carrera, que a la postre se convertiría en mi amigo del alma, creó precisamente lo que hacía falta, lo que no existía; un programa de radio sobre el mundo de la solidaridad. Ese programa fue “ONGENTE”. Muchas personas formamos parte de él. Muchos y buenos periodistas se criaron y crecieron con este proyecto. Entrando como aprendices artesanos y saliendo como profesionales. Contando con colaboraciones de todo tipo, desde protagonistas marginados hasta firmas de peso de la cultura, política… En definitiva, en su sector era y no peco de altanería, el programa perfecto.
La emisora comercial Radio Ebro fue donde se albergó este programa semanal. Y digo albergar como de aquél hostal donde se paga para pernoctar. Así, con un espacio pagado del bolsillo de la producción, estuvimos un lustro en las ondas. Pero ¡hay!, si hay dinero de por medio… el peligro acecha. Digamos que cada medio de comunicación tiene su política, nosotros, los del gremio, decimos línea editorial. Y como nos podemos imaginar no eran líneas convergentes; eran paralelas sin puntos en común, en definitiva, un abismo.
En lo más alto que se puede llegar, el programa desapareció. Creo que lo hicimos tan bien, director, periodistas, técnicos, colaboradores… que el destino nos permitió el lujo de poder cerrar la puerta nosotros mismos y en el momento que quisimos. Con la cabeza tan alta que las cervicales estarían durante años resintiéndose.
Y así esa puerta yo personalmente no la volví a abrir nunca más. La vida, las ocupaciones hacen que una vuelta a la radio no sea una quimera pero sí algo todavía lejano.
Muchas veces lo pienso y mi amigo Juan Ramón, padre de ONGENTE, y yo nos lo preguntamos. Pero las vidas que llevamos son el mejor tratamiento antidroga para ese amor que en su día profesamos a las ondas. No obstante no vemos el futuro, quién sabe.
Allí, en un pequeño control de radio, el que suscribe abría las puertas de un mundo personal para que entrase cualquier invitado. Un mundo mágico repleto de intimidad, riqueza, sentimiento y libertad. Con la libertad de una línea editorial, que insisto, todos los medios de comunicación libres o comerciales acaban teniendo, pero con unos horizontes tan amplios que ni la teatral televisión ni el poder de la prensa escrita pueden igualar.
Afortunadamente vivimos en un país con mucha tradición radiofónica. Y a pesar de las nuevas tecnologías algo queda. Aunque sea en la noche noctámbula, en el trabajo, en el despertar de la mañana… La grandeza de la radio no es sólo tecnológica (fácil de emitir con pocos medios); hablamos de la voz que se mete en nuestra casa, en nuestra vida, en nuestra cama y que da calor sabiendo que al día siguiente, la cita se repetirá.
Me alegro de haberla conocido, de haberla creado, de haber formado parte, porque creo que me enriqueció más a mí que yo a ella. Y porque es de esos pequeños placeres de la vida inigualables y por supuesto de momentos irrepetibles. Por eso deseo que no desaparezca nunca este medio de comunicación. Aunque sea en Internet o vete a saber que otro futuro invento. Por eso más que pedir, tengo que dar gracias. Y aunque me dedico a fotografiar imágenes, que según el dicho popular, valen más de mil palabras, he de decir bien alto que “una palabra puede inspirar más de mil imágenes”.