lunes, 17 de febrero de 2014

En ausencia de Dios.

                                                                                                  


Pocas cosas pueden llenar el vacío. Una de ellas, un sonido con sentido hacia el sentimiento y nacido en las entrañas del Arte. Un gesticular ósculo labial abigarrado de texturas, que nos hace acariciar ese multicolor aroma de la música.

Pasión Vega fue ese sagrario de una voz sublime, aquella noche de febrero en la fría Zaragoza del Ebro. Apareció el calor de la mano de grandes artistas a los que honró en la Sala Mozart de nuestro auditorio, aderezado con alguna canción de su repertorio. Imagino que pronto desaparecerá para ser madre. Imagino que su arte seguirá fluyendo más allá de sus obras. Pero allí, esa fría noche de febrero, la niebla de nuestras vidas se disipó entre una voz balsámica y dos pianos acompasados para viajar más allá de nuestra piel. Más allá de nuestra existencia.