Acaba de terminar una cita musical especial, de esas en las que uno cuenta los días que quedan para la siguiente edición. Como un vino con solera (no en vano este evento peina lustros) se mantiene fiel a sus principios y arrostra con estilo los envites de la crisis económica para no convertirse en un mero derrelicto que preceda al hundimiento.
Todo lo contrario, cada año nos traen genios de la música. Atención, no digo Jazz. El apelativo pierde valor cuando ves en directo las artesanías musicales de gente como Chris Dave o Stanley Jordan. De éste último, uno de los mejores guitarristas eléctricos de la Historia, todavía andamos recuperándonos los zaragozanos del trance en el que nos sumió el último domingo de noviembre. Son botones de un traje de ocho conciertos cual levita de lujo para los sentidos. Es un ejemplo de que la música con talento entra en nosotros de una u otra manera.
Para abrir el apetito con las siguientes fotografías de mi cobertura del festival, dejo el rastro del celebérrimo guitarrista de Chicago que toca las guitarras sólo en la zona del mástil. Su dominio es divino y su música haría arder las sirenas, carcomidas de la envidia al ser superadas en su canto.
Yo me dejé embelesar, esa fría noche de noviembre, atado a mi vida, por las notas de un bardo eléctrico. Una fría noche de otoño, escuché el llanto de una saturnina musa del mar que lloraba al dejarse mecer por el son de un vate del Jazz. Una fría noche de otoño.