Cada apertura de mis párpados, en un día cualquiera, la vista vive contra sí misma. Diseñados mis ojos para cazar, las pupilas se coartan ante la presencia de ordenadores y anuncios publicitarios asfálticos. Pero cuando diviso un horizonte inescrutable, la mirada se subyuga en un trance infinitesimal. El tiempo pasa en busca del numen y la mente se amplía.
Veo allí fantasmas entre piedras y ninfas de espacios lacustres acotados por el hombre. Ahí quieto, en lo alto, petrificado durante unos instantes… diría que soy parte de la Historia.
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