Una voz carcomida por la hiel, exhalada huyendo de la argolla que viste el cuello, hizo enmudecer al público que allí nos congregamos para deleitarnos con los entramados oníricos del hijo de un rey. Una mujer harapienta, de pelo varonilmente cortado, mirada torva a momentos y lágrimas saturninas a otros, convirtió nuestras vidas durante unos versos, y nos metamorfoseamos en ella.
Allí entramos en un vetusto teatro decimonónico bilbaíno, para reconocernos hermanos de Segismundo. Y cuando ella comenzó a recitar esa parte del soliloquio que nos acompaña a muchos en esta travesía del valle de lágrimas, el silencio que engalanó esa interpretación, nos puso ante el espejo que nos refleja y alumbra como hermanos del drama de haber nacido para morir.
Al cierre del aliento de Blanca Portillo poniendo voz a los versos de Calderón de la Barca, rompimos en aplausos. Fue el único momento de confianza que nos tomamos el público del Teatro Arriaga, para contravenir el mutismo sagrado de La vida es sueño.
Por primera vez en la Historia, la celebérrima obra del “Siglo de Oro” español, era interpretada en su papel estelar por una mujer. Helena Pimenta dirigía esta versión de Juan Mayorga que, tras agotar entradas en Madrid, comenzaba un periplo español. La ausencia de recalar en Zaragoza, algo incomprensible moralmente pero excusable económicamente, me llevó a la ruta vasca que hizo traspasase el umbral de este elegante templo bilbaíno de la comedia y el drama.
Me acompaña, como a muchos creo yo, esta obra que me he leído varias veces y cuya parte final del famoso parlamento me sé de memoria (algo portentoso para mi nada fiable capacidad de anclaje informativo cerebral). Y es que de los libros de texto de la generación del Bachiller Unificado Polivalente, ha pasado a reconocerse en nuestra existencia como si tuviésemos tantas cosas en común con el durmiente vividor de cárceles y tronos.
Ante una reverencia innata hacia esta obra, asistí con denuedo y admiración a la entrega de Blanca Portillo. Y ella, sabiendo lo que representa, esa responsabilidad del bagaje que porta a sus espaldas Segismundo, marcó un hito en el teatro español. Puso la existencia del protagonista a la altura de nuestra mortalidad, cuando él y su historia son eternos.
Esta nueva puesta en escena de la obra de Calderón de la Barca seguramente ya ha pasado a la Historia. Por Blanca Portillo, por Helena Pimenta y por el conjunto de la puesta en escena, encumbrada por el elenco de actores que forman la savia de nuestro teatro. Una cita única en la vida.
Sólo me queda expresar, pues no seré yo quien desgaje en forma de crítica las grandezas de esta representación, un gracias. Al autor de la obra y a los autores. A los que han concebido está versión. Juntos hacen el nombre del Artista y nos tienden una mano para andar al unísono convirtiéndonos en familia. Somos hermanos de aquél que sueña para vivir, y vive soñando; somos desde hace siglos la generación de Segismundo.
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