La percepción que tenemos de lo que nos rodea puede originar múltiples sensaciones y pensamientos. Nos movemos cada momento en un entorno subjetivamente delimitado por nuestros sentidos. Pero en realidad no dependemos de ellos. El resultado final de la emoción que produce en nosotros cualquier señal constatable, es fruto de un mensaje provocador que nos encontramos cuando respiramos, oímos, comemos, tocamos u observamos. Podemos estudiar un efecto, no desde el que lo percibe, sino desde el que lo produce. La Madre Naturaleza dota de una inteligencia extraordinaria las habilidades innatas de los seres vivos. Una flor de cromatismo exuberante puede serlo para atraer insectos y expandir la especie cuando éstos polinicen a otras plantas en busca de polen. El canto de un mamífero puede informar de que ese ejemplar está dispuesto para el apareamiento. Por tanto, el mensaje viene preconcebido, lo contrario sería un galimatías puro.
Visto así, la disyuntiva sobre el entendimiento de una percepción estriba en el orden de las partes que forman el mensaje. Y ese orden, es lo que percibimos cuando escuchamos una melodía, independientemente de que tengamos conocimientos musicales. Esto no es una regla que se pueda aplicar a todo lo que crea el Ser Humano. Por ejemplo, un idioma nunca lo entenderemos en su totalidad si no lo hemos estudiado mínimamente. Pero sí es consubstancial al Arte. Una pintura, una escultura, una construcción siempre nos sugerirá algo. Contra más conocimientos tengamos de esa disciplina, más entenderemos el mensaje del autor. Sin embargo, éste ya ha sabido crear una sensación universal mínima. De esta manera podemos explicar porqué sentimos ciertas cosas escuchando músicas que no conocemos. De ahí que una de las grandezas de la Música sea su universalidad.
Charles Rosen, conocido pianista neoyorquino, es además un estudioso de la música con ansias de divulgación pedagógica. Con ese cariz ha escrito un pequeño libro explicativo para mostrar como determinados compositores cimeros de la música clásica, han conseguido conmover nuestro fuero interno con la percepción del oído. Su ensayo “Música y sentimiento”, publicado por Alianza, parte precisamente de ese postulado artístico con el que abro mi artículo, pero a la vez disecciona nota a nota las carencias y virtudes del arte musical. Éste, sostiene Rosen, es el lenguaje más pobre de todos. Sencillamente porque se basa en unas pocas notas musicales. Sin embargo, ante esa “pobreza” de vocabulario, las posibilidades gramaticales y sintácticas son amplísimas. O dicho de otra manera, una nota musical, por sí misma no dice nada. Su análisis necesita el contexto en el que se ha usado dentro de una melodía. Esto es clave porque ciertos acordes musicales, pueden inducir a provocar sensaciones opuestas según donde se coloquen dentro de una obra, el ritmo que lleven, su textura... Esas posibilidades, esa “artesanía musical compositiva” es la que analiza el libro de Rosen con prolijidad de ejemplos. Estos casos, explicados con pentagramas, son los que conforman un ensayo más orientado a estudiantes de musicología y personas que tengan cierta familiaridad con la música tonal (es decir, lo que entendemos como música clásica europea).
Ciertamente, cuando la música no va acompañada de un texto (por ejemplo la Ópera), su poder es completo a la hora de emocionarnos (de lo contrario, sostiene Rosen, se supedita a la historia narrada). Y ahí precisamente, la música tonal ha tenido su evolución hasta nuestros días. Una evolución basada en las culturas de los pueblos y sus instrumentos. La evolución de los mismos fue clave para la música europea, ya que se fue conformando la escala tonal que conocemos hoy en día: una escala de tonos y semitonos iguales que tomó forma en el siglo XVIII.
En líneas generales, la creación de sentimientos en esta música tonal, estriba en la relación entre consonancia-disonancia, dos formas de acordes cuyo juego está en manos del compositor y el intérprete. Pero a partir de esta premisa, los grandes maestros han aportado improntas personales que en algunos casos nadie esperaba se pudiesen hacer. Es el caso de Bach, que realizó matices variables dentro de una continuidad tonal, aparentemente rígida. De esta característica, comenta Rosen, eran capaces pocos compositores de la época. O Beethoven, con un estilo personalísimo nunca visto hasta entonces que dio paso al siglo XIX.
Es entonces cuando el Romanticismo cambió radicalmente el lenguaje musical de los afectos. Consiguió incrementar la tensión de la obra hasta límites insospechados en su momento. Aumentó la riqueza del cromatismo de la música, pero a cambio hizo más difusa la precisión del significado armónico que los oyentes podían escuchar. Estos cambios crearon un nuevo espectro de afectos. Dicho de otra manera, se pasó de la confrontación entre consonancia y disonancia antes citada, a un incremento de la intensidad extraordinario (algo propio del movimiento romántico en sí). Lógicamente, hay matices en esta generalidad. Una excepción es el austriaco Franz Schubert que usó ambas técnicas.
Así andando entramos en el siglo XX. Pronunciarlo es inspirar la ruptura de nuevo. Y mismamente se hizo para quebrar el orden de la obra musical que el oyente escucha, ese orden inherente a toda obra artística. Pero romperlo sin caer en el banal caos es difícil, ahí está la enjundia del artista. Por esa razón las postrimerías del siglo anterior y el comienzo del presente, son pródigas en muchas corrientes musicales. El resultado queda abierto (ni Rosen se atreve a vislumbrar el futuro). El fruto de la experimentación está por definir en las manos del concepto del compositor. Y de alguien más...
El ensayo termina con el recordatorio de la importancia del intérprete. Él es otro artista capaz de personalizar la obra compuesta. Tanto es el peso del ejecutante, que Rosen lo coloca a la altura del compositor. Es lógico pensar así, ejemplos hay siempre de buenas canciones contemporáneas que mal cantadas irritan al oyente. Y viceversa, siempre y cuando el intérprete sea un auténtico virtuoso. En la música tonal, más todavía es clave la importancia del factor humano. Hay grandes nombres para cada instrumento musical. Artistas que han sabido tocarlos con genialidad, y eso también es uno de los ingredientes para que la emoción rebose en el alma auditora. Personajes como Jascha Heifetz en el violín por poner un ejemplo. No en vano se han convertido en autenticas estrellas de la música, históricos nombres que han dedicado su vida a su instrumento musical o simplemente, al deleite del don que supone desarrollar una voz sublime (la Ópera ha sido y es proclive al ensalzamiento de sopranos, tenores, barítonos, contraltos...). Trascienden su entorno para presentarse ante la sociedad profana como seres únicos en su mundo.
Ellos también provocan sentimientos porque la voz humana es un instrumento musical en sí misma. Y como apunta Rosen, mientras los lenguajes de palabras necesitan imbuirse de entornos poéticos para abrir la emoción, la música se basta de su exiguo lenguaje para, conjugándolo de infinitas maneras, hacer sentir un patetismo extraordinario.
A lo largo de este viaje conducido por el genial pianista neoyorquino, brillaremos con los grandes compositores que han aportado algo al desarrollo de la música tonal. Mozart, que vivificó la Ópera de su época, Haydn que mostró genialmente un mismo tema con significados afectivos opuestos, Bach, a juicio del autor, el modelo más influyente en los músicos del siglo XIX, el subversor Stravinsky, usando modelos clásicos para dotarlos de su marca personal y un elenco necesario para evolucionar hasta nuestros días. Nada es mejor ni peor, aunque las modas y los gustos han hecho que grandes compositores tuvieran altibajos populares. En cualquier caso todos han jugado con los afectos. Como dice Rosen acerca de los múltiples movimientos musicales del siglo XX: “Una representación de sentimiento no es igualmente eficaz en todas estas tendencias [...] pero se encuentra presente en todas ellas.” (Pág. 134)
Por tanto, toda música es sentimiento. Ahí radica uno de los pilares que nunca cejo de recordar, para dotar una obra de Arte de sentido: mensaje y sensibilidad. Algo tan inmemorial como el llanto de un bebé, desde que el hombre tomó conciencia de sí mismo y comenzó a disfrutar de la música. Quizás, inspirado por dioses y diosas, pero ejecutada por mortales que han conseguido crear una obra eterna.
" Música y sentimiento "
Charles Rosen
Editorial Alianza
2012
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