Las fiestas patronales de Zaragoza rara vez sorprenden con estrellas musicales internacionales. Y desde luego, con el cambio de época que estamos viviendo, es normal que no se pueda pagar a grupos cimeros llenaestadios (que por otro lado, lógicamente es en su mejor momento cuando más caros son, en la vejez artística se abaratarán).

El pasado día nueve de octubre, no salieron en motos, y la parafernalia audiovisual se limitó a proyecciones en pantallas de tela. La iluminación del concierto siguió un cauce clásico para estos casos. El resultado imagino que se oiría en kilómetros a la redonda.

Manowar es el extremo paroxístico del heavy metal; el “a más no poder”. Tanto es así que siempre se han mantenido fieles a su línea. Ésta, dadas las características del grupo y su música, no es de extrañar que se base en llamadas a la guerra... de la vida. En gran medida, la música metal, alimenta los motores de los adolescentes en su peor momento vital. Y ese combustible, en muchos casos, sigue fluyendo por las venas durante toda la existencia de los seguidores de esta música. Si los roqueros nunca mueren, los heavies sobreviven incluso después de fenecidos.
No son los neoyorquinos el mejor grupo en su género, pero sí uno de los más carismáticos. Y vista la concurrencia de este y otros conciertos pasados, de los que más seguidores mueven. Cada fiestas del Pilar, la Federación de Interpeñas dedica una noche al metal y al rock más potente. Es una sana tradición para un género que no se vende al mejor postor (por eso nunca son números uno en las listas comerciales) y que cambia poco con los años. Quizás porque, aunque suene rancio, hay cosas que sólo necesitan cambiar lo justo. De lo contrario, a lo mejor se corre el peligro de perder la esencia que hace que se sea único.
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