Las fiestas patronales de Zaragoza rara vez sorprenden con estrellas musicales internacionales. Y desde luego, con el cambio de época que estamos viviendo, es normal que no se pueda pagar a grupos cimeros llenaestadios (que por otro lado, lógicamente es en su mejor momento cuando más caros son, en la vejez artística se abaratarán).
Sin embargo sí ha habido una presencia musical histórica: “El hombre de la guerra” nos visita de nuevo. A lo largo de sus tres décadas de historia, Manowar han venido a Zaragoza en múltiples ocasiones. Recuerdo que en la última de ellas cruzaron a lo largo la conocida “Sala Multiusos” de la ciudad, cabalgando motos choppers por encima de nuestras cabezas. Conocidos son en el planeta musical como poseedores del récord (desconozco si superado a fecha de este artículo) de decibelios en directo. Por ello, para cuidar mis delicados oídos, esta vez los protegí con tapones a la hora de realizar mi reportaje. Precaución que tomaron en el anterior concierto los seguidores del grupo que copaban las primeras filas.
El pasado día nueve de octubre, no salieron en motos, y la parafernalia audiovisual se limitó a proyecciones en pantallas de tela. La iluminación del concierto siguió un cauce clásico para estos casos. El resultado imagino que se oiría en kilómetros a la redonda.
El concierto fue emotivo, con bella chica del público saliendo a besar al guitarrista y un brindis con el presidente de la Federación de Interpeñas (la organizadora del concierto). Al final, cuando ya no estaban, sonaba uno de sus himnos mientras simultáneamente aparecía una bandera de España en la proyección. Después se hizo la sombra precedente a la salida de los técnicos que iban a desmontar el teatro sónico. A lo largo del mes recorrerán más ciudades de nuestro país.
Manowar es el extremo paroxístico del heavy metal; el “a más no poder”. Tanto es así que siempre se han mantenido fieles a su línea. Ésta, dadas las características del grupo y su música, no es de extrañar que se base en llamadas a la guerra... de la vida. En gran medida, la música metal, alimenta los motores de los adolescentes en su peor momento vital. Y ese combustible, en muchos casos, sigue fluyendo por las venas durante toda la existencia de los seguidores de esta música. Si los roqueros nunca mueren, los heavies sobreviven incluso después de fenecidos.
No son los neoyorquinos el mejor grupo en su género, pero sí uno de los más carismáticos. Y vista la concurrencia de este y otros conciertos pasados, de los que más seguidores mueven. Cada fiestas del Pilar, la Federación de Interpeñas dedica una noche al metal y al rock más potente. Es una sana tradición para un género que no se vende al mejor postor (por eso nunca son números uno en las listas comerciales) y que cambia poco con los años. Quizás porque, aunque suene rancio, hay cosas que sólo necesitan cambiar lo justo. De lo contrario, a lo mejor se corre el peligro de perder la esencia que hace que se sea único.
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