El pasado 11 de abril se materializó un hito en la historia del cine. Aragón, cuna de artistas imprescindibles para el Séptimo Arte, lustró su identidad cinematográfica celebrando la primera entrega de unos galardones. Como se ha dicho, se trata de “reconocimiento y promoción”. Y como pudimos ver con nuestros propios ojos, había un deseo intrínseco en la savia de la cultura aragonesa, de instaurar una celebración semejante; la primera que se hace en nuestra tierra para el arte de la imagen en movimiento.
Yo que mamé esta bendita droga hasta el subyugante éxtasis del paroxismo, vi aquella noche ante mí la confraternización humana por el gran artefacto de los sueños, que un día puso imagen a nuestras fantasías. Quiero, queremos, seguir soñando. Ellos, los que fabrican historias audiovisuales, abrieron una nueva senda que ha de ser larga. Y aunque sinuosa, no exenta de bellos mojones que marquen el camino de baldosas amarillas por el que andamos. Un periplo en busca de nosotros mismos a través de la imaginación. Cierto, toda la vida es cine y los sueños, cine son.
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