miércoles, 3 de noviembre de 2010

Fotografía y espíritu.



El hombre suele necesitar creer. Otra cosa es la trascendencia de la vida y más aún de la Muerte. En ese más allá poblado de almas, dioses y diablos, hemos creado moradas religiosas y espacios sensoriales, dimensionales o simplemente canónicos pertenecientes a todo tipo de creencia. Ahora bien, si existe la vida más allá de la muerte, si existe algo más que un cuerpo pasajero en este valle de lágrimas, ¿sería posible que una persona de carne y hueso estableciera algún tipo de comunicación con ese más allá?. Desde siempre, lo dioses han hecho acto de presencia en este mundo terrenal. Bien por ellos mismos, bien a través de emisarios sagrados. No es coherente entonces convertir en una entelequia esta posibilidad. Sin embargo ha habido épocas y personas que se han caracterizado por esa capacidad extraordinaria de poder comunicar con la representación de esa creencia que imbuye cualquier tipo de fe. Me vienen a la memoria los chamanes de las tribus azande, los poseídos del zulú, los sacerdotes y sacerdotisas de la Antigüedad clásica... Y más recientemente los médiums espiritistas del siglo XIX.

Hay que salvar las distancias pero la esencia es la misma, comunicar con esa fe que nos alimenta. Hacerla visible e incluso palpable. Sobre el espiritismo propiamente dicho se ha escrito mucho. Principalmente porque en su día fue toda una moda y un movimiento de gran difusión. Todavía hoy quedan ecos de sus doctrinas y no está exento de análisis y críticas. Sin embargo conviene mirar un tema desde todas las perspectivas posibles. Y eso es lo que ha hecho John Harvey, experto en Arte de la Universidad de Gales, en su libro “Fotografía y espíritu” (Alianza, 2010). El título me subyugó, y más en la concomitancia que se produce con dos de mis temas preferidos. Y así fue. Me encontré con un excelente estudio del espiritismo a través del análisis de su iconografía fotográfica. Ese descubrimiento por el que el alma invisible aparece en las tomas de imágenes, de entonces y de ahora.

Si embargo las pesquisas van más allá de la simple crítica a las célebres fotografías de espíritus. Harvey analiza eficientemente, y muy argumentadamente, la tradición cristiana en cuanto a representaciones y apariciones sobrenaturales. De esta manera el libro coloca el espiritismo en su lugar correspondiente a través de la historia de la religión cristiana.

El movimiento espiritista como tal nació en Estados Unidos cuando dos hermanas de Hydesville (Nueva York) comenzaron a entablar comunicación mediúmnica con un espíritu de su casa. Se trataba de Kate y Margaret Fox, allá por 1848. Hasta entonces se creía, se quería creer, que el hombre podría comunicarse directamente con el más allá. De esta manera, el movimiento espiritista comenzó a realizar una traslación práctica desde la fe hasta la ciencia. En ese camino aparece la fotografía de espíritus.

La primera impresión puede resultarnos, incluso en nuestros días, estremecedora. Tomamos una imagen fotográfica y aparece un rostro o algo multiforme que no veíamos en el momento de tomar la instantánea. Si luego investigamos y ese rostro nos es familiar, o llegamos a saber quien es, estableceremos una prueba de la existencia de espíritus. Y por ende, de que después de esta vida... hay algo. En pocas palabras es lo que vino a demostrar el espiritismo como tal. Sin embargo, a pesar de que la fotografía era un invento reciente, las apariciones son tan antiguas casi como el pensamiento en el más allá. Por eso, el estudio de Harvey confiere al espiritismo una continuidad casi lógica entre la herencia de los parámetros sobre apariciones que se venían realizando en el Arte y la religión, con el avance de la ciencia y la tecnología. Solamente cambia el medio, pero el hecho es el mismo. Ante la aparición de la fotografía se establecen dos definiciones esenciales: la fotografía de espíritus y la fotografía espiritista. La diferenciación es capital en el estudio de este tema. El primer tipo responde a las imágenes en las que aparece un espíritu por sí mismo, es decir, que tienen su origen en la “conciencia del espíritu”. La fotografía espiritista, tiene su origen en la mediación de un médium. La diferencia es clave para abrir el camino entre los posible y lo susceptible. El debate siempre está abierto.

La trascendencia de fotografiar espíritus fue inmensa. Al margen de la controversia generada, la fotografía alimentó muchas mentes y sofocó no pocas penas. Saber que tu ser querido, recientemente fallecido, sigue vivo, que permanece cerca, es consolador y embriagador para la persona doliente. Es más, entra dentro de los parámetros cristianos; ahora lo sobrenatural y religioso, se puede fotografiar.

El hecho de que al comienzo, la fotografía estaba poco estudiada, favoreció un debate equilibrado. Si a ello sumamos los incipientes descubrimientos que se produjeron en el siglo XIX, todo es posible. El espiritismo dotó a sus experiencias fotográficas de una idioléctica propia, con el afán de creer en sus preceptos. Hubo épocas de grandes fraudes, de denostados encuentros con la crítica. Pero también hubo la querencia de creer. Y eso ha llegado hasta nuestros días con las cámaras digitales de fotografía y de vídeo.

Llegados a este punto, ¿se puede explicar todo?. Sobre la ciencia se dijo una vez que “es sincera, pero te genera incertidumbres”. John Harley despeja dudas entre líneas. Nos traza una historia del espiritismo a través de la imagen, antes y después de la fotografía. Sitúa las apariciones en su lugar correspondiente. Y nos coloca a nosotros en nuestra propia conciencia, a veces desnortada con tanta vorágine social. Por eso me ha gustado esta obra. Excelente desarrollo histórico-tecnológico de una fe, que arroja luz sobre un tema fascinante que hunde sus raíces en nuestra realidad vital.


"Fotografía y espíritu."

John Harley.

Alianza editorial, 2010.


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