Todos los viajeros, y casi todos los que viajan, tienden a realizar, por lo menos una vez, la inmortalización del viaje que desarrollan cual signo vital de su existencia. Una carretera, un camino, en línea recta y con un final perdido en el horizonte, donde no alcanza la vista. Sumidos en la magia subyugante del camino, el devenir de los pasos andados y una cámara para recordar el día de mañana.
Intuyo que hay algo vital en este tipo de fotografías. Puede que sea la búsqueda de lo distinto o un estado mejor que el presente. Hay quien desea cambiar y dota su periplo como si de un viaje iniciático se tratara. Hay quien no vuelve, pero casi todos hacen esa fotografía. Como si de un hermanamiento se tratara, o un rito del aventurero. Un leit motiv para algunos y una imagen que provoca reflexión no tanto por el viaje turístico como por el viaje interior.
He visto muchas fotografías de este tipo. Mezclan lo sublime del paisaje con lo subyugante del destino acotado en asfalto, pero liberado por el horizonte que no se alcanzará nunca. Lo curioso es que a veces no sabemos por qué captamos esta imagen, pero sencillamente así ocurre. Y no hay dos caminos iguales, ni dos imágenes equivalentes vistas por distintos ojos. Es la búsqueda que se traduce en senda, puede que sin principio ni fin.
Poéticas palabras...
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