martes, 1 de diciembre de 2009

El abrazo de la seda.



Hace unos días me sobrecogió la noticia que anunciaba la muerte de una joven chica, modelo prometedora integrada en las glorias, penas y las bambalinas de París. No pasó desapercibida esta desaparición a mis ojos cuando en un instante me vino a la memoria el ámbito fotográfico que también trabajo de refilón: el mundo de la moda. Y este fallecimiento viene a ratificar lo que todos sabemos. Nada es fácil y detrás de la imagen, puro artificio, glamour postizo y sensualidad latente, se esconde un duro oficio. Hace poco, Claudia Schiffer, la que fuese una de las grandes modelos de la historia de la moda, lo comentaba. Hay que trabajar mucho, ser disciplinado, estar en el momento justo en el lugar adecuado. O dicho de otra manera, como la vida misma; casi todo funciona así.

Pero esto aplicado a adolescentes imaginativas y desbordadas por la ambición, a veces da resultados nefastos. Por una sencilla razón, nunca hay que dejar de tener los pies en la tierra. Y lo irónico de todo es que, nosotros los fotógrafos, somos creadores de imágenes, de mundos prometedores y sugerentes que en muchos casos están al servicio de la industria. Esto convierte nuestras imágenes en cautivadoras esencias de sueños. E invitamos a pensar que todos podemos llegar a ese mundo de fantasía.

Realmente fascina realizar este tipo de fotografía. Entran bien en el cuerpo de uno las horas y horas de sesión, los concienzudos preparativos y la imaginación puesta en un pincel de maquillaje. Cuando vemos a la modelo que nos gusta vestida y preparada, tenemos la puerta a otro mundo; nuestro mundo. Y lo inmortalizamos con un solo botón. La pena es no poder conceder ese deseo a todos las chicas que sueñan con desfilar, aparecer en las portadas de grandes revistas, ser voz en la prensa rosa como modelo a seguir o simplemente vivir de ese oficio. Por eso hay que colocar cada cosa en su sitio. Y la moda es una industria llena de trabajadores. Todos se merecen una dignidad, por encima del esfuerzo que no se puede aguantar.

Es posible que los padres de Daul sientan rabia por haber perdido a su hija carcomida en un mundo tan efímero. O por no haber estado allí con ella, o no haber podido escucharla cuando gritaba y nadie la escuchaba. Todos, de una u otra manera, gritamos cuando no aguantamos la presión. Lo mejor hubiese sido dejarlo todo. Lo triste es que a sus veinte años de edad, Daul pensara que todo había terminado para ella. Olvidó que la moda es un trabajo más, una industria más. No todo vale en el aroma de un perfume, un cuerpo bello bien vestido o unos andares sensuales. Hasta el mejor maquillaje acaba cediendo y mostrando el rostro de la verdad que está en nosotros. Nunca hay que perder la humanidad. Y menos el mundo del glamour, vendedor de sueños a precio de suspiros atrapados en una mampostería tan fina que puede romperse. Como un día se rompió Daul.

No hay comentarios:

Publicar un comentario